Semblanza biográfica de Catalina Mir Real
Una Catalina muy joven
Los primeros años
Catalina Mir y Real nació en Palma de Mallorca el 24 de diciembre de
1881, en una conocida familia de la capital de las Islas Baleares. Era hija de
Francisco Mir y Palmer y de Carmen Real.
Gozaban de una buena posición económica, alcanzada por la buena
marcha de la empresa paterna. Francisco recibió en herencia la casa de Son Buit,
cercana al puerto de Palma. Mencionamos este hecho por la impronta que esa
casa dejó en Catalina. El matrimonio participaba activamente en la vida de la
sociedad del momento.
Catalina recibe una esmerada educación tanto familiar como escolar.
Desde temprana edad, da muestras de gran talento, aplicación y sensibilidad. Se
traslada a Barcelona para estudiar Secundaria. Allí vive en el piso segundo del
número 74 del Paseo de Gracia. En los veranos vuelve a Palma, a Son Buit, la
casa a la que se considerará siempre ligada.
A Son Buit se refieren algunos de sus escritos, que dejan ver el afecto que
profesaba por ese lugar. En ellos describe las distintas estancias, las vistas que
desde ella se contemplaban, los jardines, las estatuas, el mobiliario; y también sus
paseos y los pequeños acontecimientos del día a día. El tono de la redacción es
natural, sencillo, elegante y lleno de una emoción contenida. Ese trabajo literario
quedó recogido en tres libros: Memorias de un año triste, Relatos de Mallorca y
Jaén, y Cuadritos y recuerdos.
Catalina recibe también una buena formación religiosa, que asume
libremente con una fe operativa. El cristianismo será así una luz que guiará las
decisiones de su vida y dará criterio a su conducta, no de una manera artificial y
aparente, sino real y libre.
Algunas temporadas de verano, la familia marcha a tomar las aguas a un
balneario. Hay noticia de que hubo épocas en las que los padres tienen inquietud
por la salud de Catalina. Afortunadamente, esos contratiempos se resuelven
positivamente. Se conservan varias fotografías de los años 1906 y 1907 en el
balneario de Zuazo (Álava).
Días de boda
Es casi seguro que fue en el balneario de Zuazo donde Catalina conoció a
su futuro marido, José de Bonilla y Jaén. Del trato surgió el noviazgo, y en poco
tiempo hablaron de matrimonio. La boda tuvo lugar el 27 de abril de 1908 a las
12 del mediodía, en la parroquia de la Purísima Concepción, de Barcelona.
Se conserva una fotografía del viaje de novios, en la que se les ve sobre la
cubierta de un barco, que bien pudiera ser el que une Barcelona con Palma.
El nuevo matrimonio se trasladó a vivir a Jaén, al domicilio de José de
Bonilla, el Palacio de Cobaleda-Nicuesa, colindante con la bellísima catedral,
obra de Andrés de Vandelvira. Catalina comienza así una nueva etapa, en un
entorno con características diferentes al que le rodeó en su vida anterior. Su
actitud fue audaz y valiente, adaptándose generosamente a las nuevas
circunstancias, interesándose por las necesidades de los demás, y eludiendo los
planteamientos egocéntricos a los que su situación acomodada podía invitarla.
Su vida se va asentando en Jaén, mientras sus padres continúan en
Mallorca. En 1910 acontece una contrariedad importante. El padre de Catalina
sufre un revés económico, y la casa de Son Buit es subastada para hacer frente a
las deudas. José de Bonilla acude al rescate, y adquiere la casa. Con ello, alivia el
problema de su suegro y tiene con Catalina un detalle que ella siempre
agradecerá: le regala Son Buit, el lugar que tantas vivencias felices le
proporcionó en su niñez y primera juventud.
Llegan los hijos
Su vida en Jaén va tomando nuevos rumbos. El primero de ellos asociado
al crecimiento de la familia. En pocos años nacen sus cinco hijos, todos varones:
José Antonio, Antonio, Francisco y los gemelos, Enrique y Federico. A su
cuidado y educación dedica junto con su marido los mejores esfuerzos.
A la vez, su carácter abierto le facilita la amistad con las personas que va
conociendo en la ciudad. Con frecuencia se reúne con ellas en su casa, cultivando
de ese modo el trato y el aprecio mutuo.
Son los primeros años en Jaén. El matrimonio estimula el estudio y la
educación de sus hijos. Todos crecen con amor al trabajo y muchas otras
virtudes, que sus padres les inculcan con el ejemplo y la conversación. Encauzan
su espontaneidad para que les conduzca hacia buenos hábitos de vida. Van
adquiriendo una cualificación profesional poco frecuente en aquella época. El
primogénito, José Antonio, se licencia en Derecho, y ejerce de abogado. Más
adelante es nombrado presidente de la Diputación, cargo que ejerce durante
varios años; y también es procurador en Cortes. Por su parte, Antonio con 26 se
convierte en Abogado del Estado; pero muere en el campo de batalla al comienzo
de la guerra civil, en agosto de 1936 (en la resistencia de Mallorca e Ibiza al
intento republicano de tomar esas dos islas). Un dolor intenso hace así acto de
presencia en la familia ante la pérdida del hijo y hermano. Los demás se gradúan
en diferentes estudios y profesiones: Francisco es ingeniero agrónomo; Federico,
médico; y Enrique, arquitecto.
La Escuela del Niño Jesús de Praga
La familia vive junto al giennense barrio de La Alcantarilla, poblado en su
mayor parte por pequeños agricultores y hortelanos que sobreviven con una
economía de subsistencia. Catalina percibe la situación, se da cuenta de la
miseria en la que viven esas familias. De ese modo empieza a concebir un
proyecto para que puedan crecer y subir, superando el estancamiento en que se
encuentran al carecer de acceso a oportunidades de mejora. Ella piensa en una
educación integral, que abarque la instrucción escolar, la formación humana y
cultural, y la catequesis cristiana.
Se da cuenta también de que la mentalidad del momento no facilita que los
padres lleguen a darse cuenta del valor de la educación escolar para sus hijos. Por
eso, desde edad temprana los incorporan al mundo laboral. Habitualmente viven
con lo imprescindible e incluso carecen de lo mínimo necesario. Esto golpea su
corazón; se da cuenta de que los niños no pueden disfrutar de la feliz infancia que
ella sí pudo tener ni de un futuro prometedor.
En un arranque convoca a sus amigas más cercanas y les plantea el
proyecto de crear una escuela. Todas se unen al plan, aunque no todas con el
mismo coraje. Catalina no se arredra y decide llevar la mayor parte del peso.
En 1919 tiene su inicio la escuela. Conviene entender el contexto legal y
pedagógico que vive la España del momento. No hay Enseñanza Primaria
obligatoria en España (la obligatoriedad no aparece hasta los años setenta del
siglo XX). Esto quiere decir que, cuando Catalina inaugura la Escuela, sólo
reciben instrucción reglada los niños de familias con cierto nivel cultural, y con,
al menos, medianos recursos económicos, pues los colegios no eran gratuitos.
Habitualmente, todo nace pequeño; también ocurrió así con la Escuela.
Catalina y sus amigas consiguen reunir un pequeño grupo de niños del barrio y
las clases se inician el 23 de marzo de 1919 bajo la dirección de un maestro, en
una cochera que le prestan en la calle Ancha. Al final de curso, la noticia de la
Escuela abierta en la Alcantarilla y su atractivo se extienden por la ciudad. Y
esto mueve a nuevas familias a solicitar plaza para el siguiente año. Se necesitan,
entonces, más espacio y más profesores. Por eso, se da el salto a una nueva
ubicación. Las aulas se trasladan al seminario antiguo y se contrata a cuatro
maestros más, además de un profesor de música y otro de dibujo.
En el momento de dar estos primeros balbuceos, Catalina se ha
entrevistado ya con D. Pedro Poveda —hoy san Pedro Poveda— para exponerle
el proyecto y pedirle asesoramiento docente. También habla con Pepita Segovia
—primera directora general de la Institución Teresiana, a quien la Iglesia
considera hoy como venerable—; y con el canónigo lectoral de Jaén, don
Cristino Morrondo, persona muy ilustrada y autor de varios libros. Recibe el
estímulo de todos ellos, que se suma al entusiasmo creciente de sus amigas. Lo
que parecía en su origen un sueño atrevido e irrealizable va tomando cuerpo y
afianzándose.
Llega así al año 1921, en el que se constituye como Fundación Benéfico
Docente la Escuela del Niño Jesús de Praga (esta es la denominación que se le da
en la escritura y la que se difunde públicamente). Se formaliza la iniciativa el 23
de junio de 1921 (la Fundación Catalina Mir tendría que hacer celebrado el
centenario en el año 2021; pero la pandemia lo impidió). Se firma el documento
ante el notario de Jaén José Azpitarte y Sánchez. Su fin fundacional es facilitar la
escolarización de los hijos de trabajadores. Es una escuela gratuita y nocturna,
que acoge a niños y niñas desde los siete hasta los dieciocho años. No hay
ninguna oferta igual en la ciudad y muy pocas en toda la geografía española.
En esta escritura fundacional se incluyen los estatutos de la institución,
donde se especifican los criterios pedagógicos, el régimen de gobierno y el modo
de nombramiento y renovación de los cargos directivos. Catalina figura como
presidenta; y se nombra a dos estrechas colaboradoras: la secretaria y la tesorera,
oficios que recaen, respectivamente, en Elisa Gutiérrez de Bonilla y Teresa de
Gregorio y Campos. Se prevén asimismo las suplencias y la asignación de
vocalías.
Nada que valga la pena sale adelante sin empeño y sacrificio. Para
sostener la empresa, darle continuidad y mejorar la calidad de la enseñanza, se
necesitan inversiones y recursos para los gastos generales. El equipo directivo ha
de buscar colaboradores y conseguir capital. Poco a poco se amplía una red de
solidaridad, a la que llegan pequeñas aportaciones mensuales. A ellas se suman
otras cantidades de mayor cuantía, procedentes de los más implicados. También
se dirigen a las instituciones oficiales: el Ayuntamiento y la Diputación de Jaén,
el Gobierno Civil e incluso el Ministerio de Educación.
Los gastos básicos son: luz, agua, material escolar y la nómina y seguridad
social de los profesores. A modo de ejemplo, en el año 1952, se registran unos
ingresos de 15.208,93 pesetas y unos gastos de 10.036,29 pesetas. La diferencia
de 5.172,64 pesetas se reserva para el nuevo año. Mientras tanto, como hace un
buen administrador, contratan pequeños depósitos con seguridad de retorno del
principal, que producen una pequeña renta mensual.
Tras el paréntesis de la guerra civil, la Escuela recomienza sus actividades.
En la contienda, se ha perdido parte de la documentación y, con ella, los nombres
de las mujeres que le han ayudado. Catalina no quiere que se pierda esta memoria
y deja constancia escrita de todas ellas. Citamos algunas: la Marquesa del Rincón
de S. Ildefonso, que fallecería en 1942, y que dejó en su testamento un legado de
10.000 pesetas; también se menciona a Victoria de la Riva, Guadalupe Rubio de
Azpitarte, María Luisa Robles, Carmen Gálvez de Larus, Elisa Gutiérrez Bonilla,
Dolores Gutiérrez Bonilla, Rafaela Vargas de Ordóñez, Felisa Villar de Anguita,
María Fantoni de Quesada, Juana Cuadra de Márquez, Adela de Pardiñas,
Carmen Blanco y Vargas; y, además, a la condesa de Fuenrrubia, María Luisa
Parra del Rio y a la de Corbul, Paz Anleo de Contreras. Forman la así llamada
Junta de Damas, que, con el paso de los años se renueva periódicamente.
Pero no puede dejarse de mencionarse el momento en que se decide que la
Escuela disponga de un local propio. Y así se decide comprar la casa del número
12 de la calle Ejido de la Alcantarilla. Se trata de un caserón que precisa una
rediseño importante para adecuarla al fin previsto. El esfuerzo financiero se
redobla. Para recaudar fondos, la Junta de Damas decidió sortear un mantón de
manila. Se pusieron manos a la obra y consiguieron vender 4.000 papeletas, al
precio de 1 peseta cada una. Se hizo la rifa…, y el mantón no le tocó a nadie. Ese
ingreso fue la palanca que sirvió para accionar la compra. Además, durante un
año organizaron algunos espectáculos y sesiones de cine en el Teatro Cervantes.
Antes de cada proyección intervenían diferentes artistas: canciones y danzas
servían de aperitivo a la película. Catalina comenta en diferentes momentos la
dificultad que conllevaba sacar adelante estas sesiones. Pero dieron su fruto y les
permitieron ir avanzando en la compra de la sede de la Escuela.
Años más tarde en 1957, los locales resultaban ya insuficientes, y se
decidió ampliar el número de aulas, adquiriendo un local contiguo. En esta
ocasión, fue D. José de Bonilla quien dio un paso al frente haciéndose con ella
por 57.000 pesetas, para luego donarla a la Fundación. Fue una ayuda muy
fructífera, porque los locales no empleados se alquilaron, y se consiguió así
añadir al presupuesto unos ingresos mensuales de 600 pesetas, que resultaron
fundamentales para afrontar los gastos.
Como hemos dicho, en la Escuela se enseña Gramática, Matemáticas,
Catecismo, Dibujo y Música; además se presta apoyo humano y refuerzo
alimenticio. Como anécdota, se puede mencionar que los chicos y chicas reciben
al llegar a la Escuela un ochío y chocolate.
Catalina y la Junta de Damas dan la mayor importancia a la formación
religiosa, y esa inquietud se manifiesta en muchos detalles. La Escuela está
erigida bajo la protección del Niño Jesús de Praga y una imagen suya preside el
edificio. Se procura que el ejemplo de los profesores sea un estímulo para las
alumnas y alumnos, de modo que puedan ver hecho vida lo que aprenden en la
catequesis. Por eso buscan a personas que vivan su fe cristiana de manera libre y
coherente. En las fechas adecuadas se facilita el cumplimiento del Precepto
Pascual, y también se prepara a los niños para que hagan la Primera Comunión.
En Cuaresma se organizan ejercicios espirituales en diversas modalidades, a los
que son invitados también los padres. La idea es que la piedad sea vivida con
naturalidad, formando parte de la vida misma de cada jornada, no como algo
yuxtapuesto y obligado.
No se olvida Catalina de los padres. También para ellos la Escuela organiza actividades.
Vida espiritual de Catalina
Catalina había recibido en su casa y en el colegio una acendrada
formación religiosa, que le movió a una fe fuerte y a una conducta coherente con
ella a lo largo de toda su vida. Ya en Jaén, su cercanía a san Pedro Poveda y
Pepita Segovia le deja huella. Con san Pedro Poveda, se acerca a la fundación de
las Marías de los Sagrarios, impulsada por san Manuel González, obispo de
Málaga. Se conserva un carnet que la vincula a esta institución, firmado por el
propio san Pedro P. Sabemos además que era terciaria franciscana. Ambas
expresiones de su piedad están concebidas para seglares. Su conciencia de esta
condición le lleva a unir la piedad con la actividad en el mundo, orientada por la
fe, como ponen de manifiesto sus iniciativas en el campo de la educación.
Para facilitar la formación de los alumnos, Catalina prepara una edición
abreviada del Catecismo. Contiene seis lecciones, con lo esencial de la doctrina
cristiana.
La continuidad de la Escuela
En la época inicial, los alumnos eran más de cien por curso, sin contar los
que asistían a las clases de música y dibujo. El cuadro de profesores lo
componían seis titulares, al mando de un director. Anualmente se entregaban
premios a cincuenta alumnos, que consistían en ropa o material escolar y también
algunas distinciones en forma de medallas. Se organizaba una fiesta alrededor del
23 de marzo, a la que asistían las autoridades de la ciudad y en la que intervenía
el coro de la Escuela. Los padres llenaban la sala.
Con los años, la Escuela del Niño Jesús de Praga se había convertido en
una sólida institución en la ciudad. Y Catalina viendo que su edad avanzaba se
empieza a preocupar por el modo de dar continuidad a la iniciativa. Había hecho
lo más importante, crear una institución que la amparara jurídicamente, allegar
financiación y ocuparse de la gestión; pero necesitaba encontrar a las personas
que se comprometieran del modo que lo había hecho ella. Sus amigas también
avanzaban en edad. Por todo esto, incorporó al Patronato a las esposas de sus
hijos y, más tarde, a sus mismos hijos. Especialmente, asumió la responsabilidad
su primogénito, José Antonio, pero también lo hicieron Francisco, Enrique y
Federico.
Catalina fallece el 14 de julio de 1961. Sus hijos ocupan entonces la
primera posición en el buen funcionamiento de la Escuela. Cuando entra en vigor
la Enseñanza Primaria obligatoria, dan un vuelco a la actividad y la dedican a la
instrucción de aquellos adultos que en su infancia y juventud no fueron
escolarizados. Así prosigue la actividad de la Escuela. Pero Francisco vive en
Granada, Federico en Sevilla y Enrique entre Madrid y Palma. La distancia
dificulta las labores directivas de la Escuela.
Fieles y cooperadores del Opus Dei en la Fundación Catalina Mir
José Antonio de Bonilla y Mir, el hijo mayor de Catalina, conoce desde
hace años a Antonio Álvarez de Morales, también abogado prestigioso, que fue
antiguo alcalde de la ciudad. Antonio es miembro supernumerario del Opus Dei.
Las nuevas normas educativas y el cambio de las circunstancias sociales
aconsejan renovar las actividades de la Fundación. Ya hemos mencionado la
innovación que supuso introducir la educación de adultos. Llega el momento de
dar forma a los fines y actividades para que, guardando el espíritu que impulsó a
Catalina, se prestara un servicio a las familias que acogiera las nuevas
necesidades formativas y asistenciales. Los hijos de Catalina toman la decisión
de modificar en este sentido los estatutos primitivos y nombrar miembros del
Patronato de la Fundación a varios fieles y cooperadores del Opus Dei. De ese
modo, el mensaje de san Josemaría Escrivá de Balaguer se podría incorporar a
las aspiraciones de Catalina Mir, enriqueciendo la formación y la actividad
asistencial que se desarrollarían, además, desde entonces, en Jaén y desde Jaén.
Antonio Álvarez de Morales asume la dirección del trabajo de adaptación
tanto jurídica como operativa y funcional. Siendo ya el nivel de escolarización en
España muy alto, la Fundación pone el punto de mira en las actividades que se
pueden desarrollar en horas no lectivas y no laborables de la jornada, de la
semana y del año. Se acometen actividades para niños, adolescentes y jóvenes;
también para familias; sin olvidar las secciones de cultura y de solidaridad.
Aparecen así un amplio campo de objetivos y actividades. Mencionaremos
algunos de ellos: el sistema tutorial para estudiantes; el desarrollo de habilidades
para al trabajo intelectual y manual; el aprendizaje de las destrezas del lenguaje
oral, escrito y audiovisual; el entrenamiento para el trabajo en equipo; la apertura
de bibliotecas y salas de estudio; la educación medioambiental y las actividades
de tiempo libre; la orientación y el desarrollo familiar; la mejora de la
comunicación en la familia; la atención de personas en riesgo de exclusión; la
distribución de alimentos entre personas desfavorecidas, la cooperación al
desarrollo; el análisis de los cambios culturales. La Fundación mira también
ahora hacia necesidades fuera de Jaén, alcanzando también a otros países:
Camerún, Nigeria, Lituania.
Como anécdota ilustrativa dentro de este conjunto tan variado de
actividades, cabe referirse al descubrimiento de un poblado ibero en Puentetabla.
Ricardo Espantaleón (años más tarde, Director de General en el Ministerio de
Cultura) fue invitado por la Fundación a un encuentro con jóvenes para hablar de
la historia de los iberos en la provincia. De ahí, salió un grupo de aficionados a la
Arqueología, que realizaban trabajos de campo bajo su dirección. Las pesquisas
dieron fruto y aparecieron los primeros restos. La noticia salió en la prensa
nacional. Enseguida se comunicó a la autoridad competente, que se encargó a
partir de entonces de las excavaciones.
Los hijos de Catalina siguen contribuyendo a hacer realidad el sueño de su
madre. Todos realizan importantes donaciones y legados a la Fundación, que dan
apoyo financiero a todo lo que se acomete. Gracias a eso, entre otros proyectos,
se acomete la edificación de una nueva sede en la ubicación de la Escuela. Es un
hito importante de la nueva etapa, pues permite contar con los locales que se
ajustan al perfil de las nuevas actividades.
Como hemos dicho Catalina falleció en Jaén el 14 de julio de 1961 a los
80 años de edad y está enterrada en el panteón familiar en el cementerio de S.
Eufrasio.
Si contemplamos su biografía con la mentalidad de la época en la que
desarrolló su proyecto, caemos en la cuenta de que estamos hablando de una
mujer excepcional: culta, sensible, generosa, emprendedora, con una fe recia y
una fortaleza que hacía frente a las dificultades con serenidad y constancia. No
era nada corriente que una mujer fuese la protagonista de una empresa educativa
para subvenir gratuita y solidariamente a una necesidad clamorosa: la formación
e instrucción de niños sin posibilidades realistas de promoción y cultura en aquel
entonces.
Por eso, el barrio de la Alcantarilla y la ciudad de Jaén le estarán siempre
agradecidos.
Reconocimientos
En los años 90 la Asociación de Vecinos de la Alcantarilla (CAUCE)
promovió la dedicación de una calle en una zona de expansión de la ciudad:
Bulevar, que se ha convertido hoy día en una de las alamedas más atractivas de la
zona. Desde aquí, volvemos a agradecer, al Ayuntamiento y a los vecinos de la
Alcantarilla, este bonito reconocimiento.
Además, en una reciente visita al señor alcalde, nos propuso destacar su
enterramiento, como se ha venido haciendo en los últimos años con las personas
de relieve de la ciudad.
Hoy rendimos este homenaje a este sueño centenario de Catalina, que
abrió las puertas de la cultura a un número elevado de personas, en aquellos
momentos muy alejados de las aulas y del mundo académico. Hoy Jaén tiene una
Universidad prestigiosa, centros escolares de alto nivel, plena escolarización y
jóvenes que ingresan en Harvard, pero cien años atrás no era así.
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