Testimonio de Jaime de Bonilla

 


Testimonio de Jaime de Bonilla

Ya en los últimos años de la vida de Catalina, sus hijos le prestaron mucha ayuda, pero tras su fallecimiento en 1961 asumieron por completo el compromiso de darle continuidad a la Escuela promovida por su madre y en ese empeño estuvieron, durante dos décadas, hasta el año 1981.

 

Mi padre José Antonio de Bonilla y Mir y sus hermanos, dirigieron la Fundación con una ilusión y dedicación tanto personal como económica, muy grande. Es muy de agradecer, porque lo hicieron de modo altruista como otras muchas actividades. Un ejemplo del quehacer desinteresado de mi padre, puede ser la fundación del Instituto de Estudios Jiennense, del que fue Presidente durante treinta años, hasta que se puso enfermo y le resultó imposible atender esa responsabilidad.

Decía que desde 1961 tomaron las riendas, no solo con responsabilidad, sino también con inteligencia, y transformaron la Escuela para que pudiera hacer frente a los retos del momento. Pero no se quedan ahí, sino que, implicados como estaban en el proyecto de su madre, destinan una parte importante de su patrimonio, para garantizar la continuidad en el tiempo de las ilusiones de Catalina: la formación de la juventud y su crecimiento en valores cristianos.

Esas donaciones permitieron construir la nueva sede de la Fundación que lleva su nombre. Hace unos días me encontré en casa el proyecto que redactó Vargas Machuca y que tiene la brillantez que requería esta nueva etapa. Y desde entonces no ha dejado de crecer en importancia. Al llegar el año 1981 también se implican en el proyecto varias personas del Opus Dei, se crea la Fundación Catalina Mir, y bajo ese cuerpo jurídico que se va ampliando

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